Okey, si me preguntas a mí, este es uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la humanidad. Estoy hablando del hecho de que en el espacio vacío, cualquier persona que mida la velocidad a la que viaja un rayo de luz, independiente de la forma, o dónde y cómo lo haga (siempre que el estado mental de la persona esté dentro de la media) medirá un mismo número, aproximadamente trescientos mil kilómetros por segundo.

Ciertamente, este hecho puede parecer nada espectacular a simple vista. No es más que un dato que un físico con mucho tiempo libre obtuvo mientras usaba el dinero de los contribuyentes.
Pero al igual que todas las verdades y las cosas más sorprendentes que existen, su importancia y belleza permanecen ocultas para el ojo pasajero e impaciente.
Una democracia en el Universo
Me parece sensato el hecho de que si hago una serie de experimentos para determinar cómo funcionan la electricidad y el magnetismo aquí en la Tierra, las leyes que yo descubra debiesen ser las mismas que si las descubriese en una nave intergaláctica, o cerca de algún agujero negro o en algún planeta lejano.
Para que esto sea así, los datos que se midan en cualquiera de estos escenarios, de alguna manera, deben poder traducirse a los datos que mido acá en la Tierra. Es decir, debe de existir una libertad para hacer los experimentos de la forma que queramos y una regla que nos permita traducir los datos para que todos midamos las mismas leyes físicas.
Se podría decir, que las leyes de la física deben ser democráticas en el sentido en que todos debemos estar de acuerdo en que son las mismas, y para esto, debe existir un diccionario que nos permita ponernos de acuerdo una vez que hacemos las mediciones.
La velocidad de la luz como moneda de cambio
Resulta que la regla para traducir nuestros resultados es la velocidad de la luz. Como es la misma para todos, esta será la moneda de cambio que nos permitirá relacionar los distintos datos que obtienen distintas personas al hacer un experimento y así, obtener las mismas leyes físicas.
Este es el corazón de la relatividad especial y es lo que permite que en efecto las leyes de la física sean las mismas para todos y que seamos libres de descubrirlas en el lugar y en el momento que queramos.
Sería genial que como sociedad tuviésemos una regla que nos permitiese ponernos de acuerdo con nosotros mismos y los demás, pero parece que aún nos queda mucho que aprender de la naturaleza.